viernes, 10 de junio de 2011

Patricio Valdés Marín
pvaldesmarin@hotmail.com


El homo sapiens tuvo su origen en las costas de África oriental y en un corto tiempo geológico, antes que sus descendientes propiamente humanos se expandieran por todo el planeta. Lo que caracteriza a esta especie del género homo es el pensamiento abstracto y racional y ciertas características morfológicas que lo separan de otras especies de homínidos.
Hace unos 200.000 años atrás y por una extensión de al menos unos 80.000 años, la evolución del género homo pasó por una fase acuática que dio origen a la especie sapiens. Durante este tiempo, el homo sapiens adquirió las características que lo separó del homo ergaster, especie del que provenía. El medio acuático lo diferenció de su antecesor principalmente porque su dieta fue muy rica en proteínas cuando supo explotar el nuevo nicho de peces y moluscos marinos. No sólo esta dieta favoreció el desarrollo del cerebro, sino que el medio acuático lo separó morfológicamente de sus antepasados.

La evolución marcha rápida y es profunda cuando un grupo permanece aislado en un ambiente muy distinto del que tenía y está además constituido por relativamente pocos individuos para que las mutaciones benéficas puedan propagarse a toda la población en pocas generaciones. Al cabo de algunas decenas de miles de años, podemos suponer que nuestra especie habría evolucionado hasta adquirir las características anatómicas que nos caracteriza y que nos diferencia de los otros homínidos. Estas características han sido descritas en la “teoría acuática” propuesta por Sir Alister Hardy (1896-1985), en 1960, y Elaine Morgan (1920-), en Eva al desnudo, 1972. Esta última antropóloga explica que ciertos rasgos propios del homo sapiens sólo pudieron aparecer durante una etapa de su evolución ocurrida en el agua. Aunque ambos postulaban que tal evento ocurrió en el Plioceno, es mucho más probable que esta etapa pudiera haber sucedido justamente ya muy avanzado el Pleistoceno, y precisamente en la época indicada por la teoría del ADN mitocondrial para el origen del homo sapiens.

Entre los rasgos anatómicos distintivos que nos separa de los demás primates la teoría acuática menciona algunos muy característicos. Así, no sólo el pelaje desapareció, sino que el escaso vello que quedó está dispuesto de manera distinta del pelo de los demás primates, pues sigue la dirección de la corriente de agua en un nadador, dato que puede ser útil al momento de afeitarse. Las yemas de los dedos del ser humano adquirieron una marcada sensibilidad, la que puede deberse a la necesidad que tuvo en la era acuática para tantear moluscos que no se pueden ver con precisión bajo el agua. Su capa de grasa subcutánea es similar a la de otros mamíferos acuáticos, pero es distinta de los otros primates, y pudo deberse a la manera de mantener la temperatura corporal dentro del agua cuando debió reemplazar el pelaje como abrigo corporal, pero que estorbaba en el agua. El cabello se mantuvo sólo sobre el cráneo, que el nadador mantenía fuera del agua, probablemente como protección solar y, en el caso de las mujeres, es más largo para que las crías, también eximias nadadoras, pudieran asirse. Las crías humanas pueden nacer bajo el agua y en sus primeros meses los bebes pueden nadar sin ahogarse. Los lacrimales sufrieron el desarrollo que demandaba el nuevo hábitat marino. A diferencia de los simios, la nariz humana se prolongó para construir un techo cartilaginoso, dirigiendo la apertura de las fosas nasales hacia abajo para impedir que el agua ingrese a las vías respiratorias cuando se aspira con la cara mojada. Los incipientes cartílagos entre los dedos de nuestras manos apuntan hacia la función natatoria de las patas palmípedas de los ánades y otras aves marinas.

El lenguaje articulado fue posible cuando, justamente, en la etapa acuática de la especie la laringe adquirió una posición más baja en el cuello, lo que permitía a nuestros antepasados de hace 200.000 a 120.000 años atrás nadar y sumergirse sin que el agua ingresara a sus pulmones por la tráquea. Esto produjo un aumento del tamaño de la faringe, que es el espacio situado entre el fondo de la cavidad nasal y la laringe y que constituye una cámara inexistente en los restantes animales. La ampliación estructural de la faringe permitió a aquellos antepasados y permite a nosotros emitir precisamente los sonidos vocales que requiere el lenguaje articulado.

En el hábitat de praderas el homo ergaster y su antecesor, el homo habilis, habían sobrevivido y evolucionado para adquirir los rasgos anatómicos que los caracterizaban. Se supone que lo central de su dieta habría sido la médula de carroña suplementado por frutas, raíces, semillas y alimañas. Grupos de homo ergaster, que ocupaban zonas costeras con extensiones amplias de agua de bajo fondo, como el mar Rojo, que eran ricas en las nutritivas proteínas de peces y mariscos, habían encontrado la técnica de pescar y mariscar. Esta dieta rica en proteínas posibilitó el crecimiento del cerebro, condición necesaria para originar el homo sapiens. La nueva expansión del cerebro ocurrida desde hace unos 200.000 años atrás y que desarrolló los lóbulos frontales no hubiera ocurrido probablemente si acaso el nuevo hábitat no hubiera tenido abundancia de alimentos para una dieta suficientemente rica en nutrientes y calorías, como es el caso de una dieta basada principalmente de peces y mariscos, para suplir la mayor demanda energética que exige un mayor volumen cerebral en relación al cuerpo.

Desde el punto de vista del desarrollo del cerebro y de la expansión de la caja craneana, el filum homo había atestiguado probablemente dos saltos anteriores. El primero ocurrió cuando un grupo de homínidos adoptó la postura erguida, hace unos dos y medio millones de años, con lo que el cráneo se liberó de la musculatura que lo aprisionaba para mantenerlo horizontal y consecuentemente creció. Posteriormente, hace unos dos millones de años, posiblemente ayudado por una nueva dieta rica en proteínas que su mayor inteligencia había descubierto, se produjo en nuestros antepasados una mutación genética, por la cual el desarrollo muscular de las mandíbulas se vio limitado, a la vez que el cráneo se vio nuevamente más libre del aprisionamiento muscular.

También es probable que este aislado grupo deviniera, durante esa etapa, en la primera tribu de homo sapiens, pues su cerebro habría adquirido en ese entonces la capacidad de pensamiento racional y abstracto que toda su descendencia tendría, como también de las características que caracterizan a la psicología humana. Pero a diferencia de las otras adaptaciones surgidas como soluciones concretas al nuevo ambiente playero, esta capacidad no fue probablemente una mejor adaptación, sino una determinada y novedosa organización cerebral que surgió en forma aleatoria, sin propósito definido, pero que terminó por demostrar su portentosa utilidad a través del lento devenir del tiempo.

El pensamiento específicamente humano es aquél de las ideas abstractas que permiten conceptualizar la realidad, y del razonamiento lógico que permite obtener un mayor conocimiento de ésta. Adicionalmente, son específicamente humanos los sentimientos en el plano afectivo y la voluntad de la acción intencional en el plano efectivo. Todos estos productos psíquicos de la mente humana, que tienen por fundamento la estructura cerebral y su modo de funcionamiento, se erigen sobre un substrato neuronal y psíquico que es común a todos los animales superiores, pero que ha sufrido un extraordinario desarrollo en el homo sapiens.

Es posible actuar socialmente en torno a un objetivo sin necesidad de ser ni muy lógico ni muy abstracto. El lenguaje puede surgir sin tantas habilidades intelectuales. En realidad, tomó casi toda la historia de la humanidad para que las capacidades intelectuales exhibidas por el homo sapiens en su comienzo mostraran todo su esplendor en algunos pueblitos de la Grecia antigua. Incluso en la actualidad, gran parte de la población humana vive su vida plenamente sin usar mucho su cabeza, sino más bien siguiendo servilmente el ritual impuesto por la cultura, la ética incluida.

La teoría paleoantropológica, que busca trazar los orígenes de nuestra especie mediante el análisis del ADN mitocondrial de los diversos pueblos existentes en la actualidad, postula que es probable que los seres humanos modernos provengan de una sola “Eva”, que vivió en África hace unos 120.000 a 200.000 años atrás. Es probable también que Eva perteneciera a un reducido grupo de homo ergaster que se hubiera establecido en las aisladas playas de la costa africana que van desde el Mar Rojo hasta el cabo de Buena Esperanza. Justamente en tales lugares se han descubierto conchales que delatan huellas de asentamiento humano que datan del Pleistoceno. Durante dicha época este grupo de homínidos evolucionó en homo sapiens en medio de una dramática presión ambiental que extinguió al homo ergaster y que estuvo a punto de causar su extinción.

Por otra parte, El ser humano moderno de todas las razas, cuya característica más distintiva fue el desarrollo del cerebro para permitirle el pensamiento abstracto y racional, los sentimientos y la capacidad de la acción intencional, proviene genéticamente de un “Adán” que vivió hace 60.000 años. Sus descendientes se expandieran por todo el planeta. De otro modo, las razas que existen en la actualidad, repartidas por los continentes, hubieran sido distintas especies de homo sapiens.

Posteriormente, hace 75.000 años atrás, la emergente población de homo sapiens sufrió casi una extinción que hizo peligrar su prolongación a causa de la violenta erupción del súper volcán Toba, en Sumatra. Las cenizas cubrieron por años la atmósfera, bloqueando la luz del Sol y produciendo un descenso de 10º C de la temperatura global promedio. Los gases volcánicos acidificaron la atmósfera y el agua dulce. Tres cuartas partes de la vegetación pereció y muchas especies se extinguieron. Se estima que la población humana se redujo a un par de miles de individuos.

Desde entonces y esa tranquila costa en la base del Cuerno de África, los descendientes con abombadas frentes de esta primera tribu humana dirigieron sus aventureros y adaptables pasos para conquistar primero Asia, Europa y el interior de África, según explica la teoría “fuera de África”, y en el transcurso del tiempo ocupar toda la Tierra, e incluso haber pisado la Luna.

Sus primos erectus y neandertales habían emigrado de África cientos de miles de años antes, cuando recién habían dejado de ser homo habilis. En contra de la imagen popular, no sólo eran probablemente tan peludos como sus parientes simios, y en el caso de los neandertales también su pelambre se habría tornado mucho más denso para resistir las gélidas temperaturas en la Europa de la Edad glacial. Al menos no existe ninguna evidencia que apoye la postura contraria. Por el contrario, las especies y razas de otros animales que habitan las zonas árticas poseen gran abundancia de pelaje. Pero aunque habían adquirido una capacidad craneana no sólo significativamente mayor que la de sus antepasados habilis, sino que incluso algo mayor que la de sus propios primos desnudos, los neandertales actuaban como sus antepasados más primitivos, posiblemente de manera algo más sofisticada, pues esa enorme capacidad craneana no los hacía mejores para razonar ni para conceptualizar los objetos del conocimiento.

En cuanto a la nueva capacidad de pensamiento racional y abstracto del recientemente aparecido homo sapiens, ésta no produjo una revolución tecnológica inmediata distinta de sus primos neandertales. Por muchas decenas de miles de años ambas especies actuaban de manera similar, desbastando piedras para fabricar hachas y cuchillos, aguzando y pelando ramas rectas, cazando, recolectando. Nuestros peludos primos funcionaban estupendamente bien en un medio helado ocupado por mamut, renos, osos y otros lanudos animales de aquella época. Pero con el tiempo, más inteligentes para descubrir las mejores maneras de adaptarse a distintos hábitat, los desnudos sapiens llegaron también a ocupar el territorio de sus peludos parientes y a competir con ellos cuando lograron inventar los abrigadores trajes de pieles tras desarrollar la aguja, el hilo, precisas herramientas para cortar cuero y métodos para curtirlo. Utilizando una mínima fracción de su gran capacidad de pensamiento conceptual y lógico, les permitió ocupar y dominar un hábitat para el cual no estaban naturalmente dotados.

Lo anterior nos está demostrando que no basta con tener la capacidad neuronal para razonar como Einstein o componer música como Mozart. La materia bruta del pensar es inútil si acaso no está tallada por la cultura y la formación individual. Y el resultado es aún mejor cuando la talla es más fina. Genios potenciales pudieron haber habido multitudes entre nuestro antepasados en estos 100.000 años o más de existencia del homo sapiens, pero nunca se destacaron, con toda probabilidad ni siquiera como eximios fabricantes de lanzas.

Porque fueron capaces de valorar las ventajas que brindaban ciertas cosas, en forma muy lenta, casi imperceptible, nuestros antepasados se fueron distanciando del homo ergaster y fueron atesorando una innovación allí, un descubrimiento allá, una idea acullá. Nuestros antepasados eran tan rápidos como nosotros para apreciar una oportunidad, aprender de ella y sacarle el máximo provecho. Lo difícil era, como lo es hoy, inventar, descubrir o idear algo nuevo. La rueda puede ser algo tan útil como parecer tan simple, pero fue un invento que apareció sólo hace unos 4.500 años atrás en Caldea. Ahora moviliza nuestra civilización.

La cultura resultó ser un mecanismo más poderoso que la evolución biológica como forma de adaptación al medio, pues ha llegado hasta transformarlo. Ella, que en el fondo no sólo es comunicación, sino principalmente memoria, se encarga generalmente de que las ideas que han demostrado su utilidad no se pierdan. Además, una idea trae consigo otra que perfecciona la anterior. El conocimiento es acumulativo mientras la cultura no sea destruida, como ocurrió, por ejemplo, con la caída del Imperio romano. En nuestra época somos testigos de una revolución permanente de la tecnología y de las ideas que día a día van superando lo avanzado.

Uno de los resultados más sorprendentes del advenimiento del homo sapiens y su portentosa inteligencia fue la posibilidad de vivir en tribus. Probablemente, sus ancestros habían vivido socialmente en tropas, como los actuales chimpancés y gorilas. Una tribu permite una adaptación extraordinaria al medio, pues el conocimiento de la experiencia individual se puede transmitir a todos sus miembros y se conserva indefinidamente en la comunidad, acrecentándose con las experiencias de los demás en lo que constituye la cultura. Adicionalmente, la inteligencia humana posibilita el conocimiento íntimo de los alrededor de 60 a 120 compañeros que integraba o integra corrientemente una tribu. En fin, aquello que distingue una tribu de una tropa es la formidable acentuación de la solidaridad y la cooperación en la genética humana, por las cuales se pueden vencer los obstáculos que va presentando el medio hasta llegar hasta dominarlo y someterlo. Una tribu es una comunidad humana compuesta por miembros que comunican conceptos abstractos y lógicos, que se conocen íntimamente, se estiman y se respetan, donde, más que la simple convivencia, reina la solidaridad y la cooperación. El hábitat natural de todo ser humano, producto de la evolución genética, es la tribu. Toda estructuración social que no respete la naturaleza o el modo de ser tribal produce hondos conflictos psicológicos y morales en los individuos.

Ciertamente, la convivencia tribal nunca ha sido el Edén bíblico. El afán individual de supervivencia y reproducción choca contra la necesidad de subsistencia comunitaria, y antes que brote en abundancia el respeto, la generosidad y la misericordia, a menudo lo que aflora son la codicia, la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia, que son los vicios englobados como “pecados capitales” en las enseñanzas morales desde los tiempos de los primeros cristianos.

Además, en la perspectiva inclusión-exclusión social, si los miembros de la propia tribu son considerados vecinos, colaboradores, compañeros, camaradas, amigos, los miembros de las otras tribus son juzgados como foráneos, competidores, rivales, adversarios y hasta enemigos. Esta situación antropológica genera los principales conflictos sociales, étnicos e internacionales. La solución ha sido y es englobar las unidades discordantes en un todo mayor incluyente.

Si la cultura nos permite aprovechar las ventajas del conocimiento acumulativo y las profundas tendencias psicológicas de solidaridad y cooperación implantadas en nuestro genoma, no es garantía alguna de generosidad, humanidad y misericordia. El siglo XX ha sido testigo de las peores tragedias de matanzas y destrucción que han ocurrido en la larga y convulsiva historia de la humanidad. Decenas de millones de seres humanos han sufrido muertes horribles, tempranas, y sobre todo innecesarias, en manos de sus congéneres. Las peores maldades y destrucciones han sido llevadas a cabo por personas y pueblos que se suponía eran lo más acabado y refinado de la civilización cristiana. Incluso ahora, poderosas y muy civilizadas naciones desvían importantes recursos para construir arsenales militares que podrían destruir varias veces el planeta donde todos vivimos, y todo ello decidido por personas sensatas, afectuosas y muy correctas, que aplican todas sus facultades intelectuales para determinar como matar y destruir con la mayor eficacia posible.

El pensamiento humano es un arma poderosa que muchas veces nos presenta la realidad en forma muy distorsionada. Pero la realidad es, por el contrario, infinitamente compleja, y nosotros, en nuestra soberbia pretendemos saberlo todo y cometemos graves equivocaciones. Además de la soberbia, también funcionan en nuestras decisiones la codicia, la venganza, el odio y otras lamentables pasiones, propias de nuestras limitaciones y de nuestro afán por la supervivencia y la reproducción.

Si el pensamiento humano es virtualmente nada sin la cultura, con la cultura puede tornarse en un arma mortal cuando las pasiones no se le sujetan y cuando, en cambio, no se adopta una actitud de humildad. Sólo el pensamiento nos permite conocer profundamente la realidad que nos rodea, poetizar en torno a ella, e incluso postular la existencia de un ser creador del universo y glorificarlo por ello. Solo cuando llega a ser misericordioso con el necesitado y busca la justicia y el amor, el pensamiento humano, finamente tallado por la cultura, la educación y una sabia formación, puede llegar a ser un cocreador del universo. Solo cuando los más altos valores humanos se encarnan en la cultura podemos respirar con un cierto alivio acotando las atrocidades que continuamente asechan el paso de la humanidad por la historia. sólo cuando se respeta nuestras características genéticas y modo de ser tribal, podemos ser más humanamente cordiales.

El poder reproducir la realidad en representaciones de imágenes subjetivas es una capacidad de la inteligencia animal, pero el poder de representarla en conceptos abstractos es propio del pensamiento humano. Además, el poder relacionar estas representaciones lógicamente y generar un orden o una estructura que no es evidente en la pura observación de la realidad es una capacidad del pensamiento racional. El poder traducir verbalmente los conceptos es propio de la palabra, y el poder relacionar y estructurar estas unidades racionalmente es propio del lenguaje comunicativo de la cultura de cualquier comunidad humana. El poder almacenar los volátiles pensamientos en la escritura, como tablillas de barro, libros o cintas y discos electrónicos, es acrecentar la cultura. Para precisar más, el pensamiento humano es la capacidad para relacionar imágenes, ideas y proposiciones es estructuras más complejas. Se pueden distinguir dos tipos de procesos de pensamiento netamente humanos distintos, pero que habitualmente son englobados en lo racional, conduciendo a graves errores teóricos. Estos son el pensamiento abstracto y el pensamiento específicamente racional.

El pensamiento abstracto relaciona imágenes e ideas más concretas en conceptos más abstractos, que son más universales. En esta relación, importa la verdad, es decir, la mayor o menor correspondencia entre la idea y la cosa., además del grado de universalidad, que es la cantidad de cosas o ideas menos universales que son referidos por el concepto. Para lograr una máxima veracidad el pensamiento debe ejercer el criticismo, que es la capacidad para volver a la cosa concreta si se quiere pensar y hablar de la realidad y no de fantasía. Por su parte, el pensamiento racional relaciona los conceptos en proposiciones o juicios, y éstos, en relaciones lógicas. Lo que importa aquí es la validez de estas relaciones lógicas. Si las premisas son válidas y si la mecánica lógica es la adecuada, entonces la conclusión será también válida. La verdad no compete a la lógica. Pero si las proposiciones son válidas y verdaderas, y la mecánica lógica es la adecuada, entonces la conclusión, que no está explícita en las premisas, resulta verdadera. Aunque las premisas sean válidas, basta que exista alguna falsedad en ellas para que la conclusión sea falsa.

El pensamiento racional y abstracto del ser humano lo separa de sus antecesores homínidos y del resto de los animales, y lo coloca en un lugar muy especial entre las criaturas del universo. Mediante esta capacidad intelectual, un ser humano adquiere conciencia de sí, comprende lo que vincula una causa con su efecto, consigue dominar su entorno, comunicar su experiencia a otros seres humanos y comprender la experiencia de éstos. No sólo puede con otros humanos generar cultura, sino que puede maravillarse del mundo que lo rodea y reconocer a su Hacedor.